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quinta-feira, 24 de junho de 2010

Cabo de Hornos

90 nudos en el Cabo de Hornos

El colofón de un viaje en el Vía Australis es llegar al cabo de Hornos, el extremo sur del continente americano, el verdadero fin del mundo.

En realidad Hornos no es un cabo, es una isla. La última isla de la muchas que forman esta pléyade de fiordos, canales, glaciares y senos que llamamos Tierra del Fuego. Pero ese es el único equívoco. El resto, toda la leyenda que envuelve al paso más traicionero y mortífero de los siete mares, es verdad.

Hay unos 800 naufragios datados en este punto en el que se juntan el océano Pacífico y el Atlántico, y puede que sean otros tantos los que no quedaron reflejados en ningún registro. Naves que sencillamente fueron tragadas por las aguas y desaparecieron sin dejar rastro en esta latitud 55º 59' sur en la que si aún es peligroso adentrase, mucho más lo era en aquellas épocas en que se navegaba a vela con pesados cascarones de madera difíciles de gobernar con el viento en contra.

El colofón de este viaje es llegar al cabo de Hornos... y descender a la isla. Pero la buena suerte se nos acabó ayer tarde. Esta noche han soplado ráfagas de 90 nudos y cuando al alba hemos avistado al faro del fin del mundo el viento alcanzaba los 90 kilómetros por hora con ráfagas de hasta 120. Aquí, a sotavento de la isla, el temporal se nota menos; pero al otro lado de ese peñón, en mar abierto, es como si alguien hubiera abierto la caja de Pandora. Imposible echar las zodiac al agua. Ni locos si nos ocurriría intentar desembarcar allí.

Como una imagen vale más que mil palabras, os dejo este vídeo (por cierto, 90 nudos son 168 kilómetros/hora, no 200 como digo en él; se ve que el viento me alteró la única neurona).


Qué distinto este día de la otra vez que tuve la suerte de llegar al cabo de Hornos. Lo conté en este post. Aquella vez si que pude descender a la isla, estuve con los tres militares chilenos que guardaban la posición (ahora en la isla vive un solo militar con su familia, que son relevados cada año; no es un castigo: aunque parezca mentira hay cola para hacerse con el puesto). Esta vez la isla estaba más animada: vive también temporalmente un equipo de artificieros del ejercito chileno que están desactivando minas antipersona colocadas en 1978, cuando Chile y Argentina casi llegan a la guerra por los límites fronterizos de este fin del mundo.

Lo que también sigue allá arriba es el monumento con la imagen de un albatros en recuerdo de todos los navegantes muertos cuando intentaban doblar el cabo; se calcula que pueden ser más de 10.000. Lo he visto a lo lejos, entre la bruma del amanecer y me ha evocado grandes recuerdos de aquel primer viaje que hice hasta este extremo en un barco a vela. Y también está el faro del fin del mundo. La última luz del sur, el postrer resplandor de calidez ante de adentrarse en el oscuro, tétrico y peligroso paso de Drake. Al otro lado solo queda el frío, solo queda la Antártida .

“Soy el albatros que te espera en el final del mundo,
Soy el alma olvidada de los marinos muertos,
Que cruzaron el Cabo de Hornos,
Desde todos los mares de la tierra.
Pero ellos no murieron en las furiosas olas,
Hoy vuelan en mis alas,
Hacia la eternidad,
En la última grieta de los vientos antárticos”
(Poema de Sara Vial de los Heros grabado en el monumento a los marinos
fallecidos en el cabo de Hornos)

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