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sábado, 23 de julho de 2011

Living In The Material World | George Harrison

Living In The Material World | George Harrison

fútbol

La escuela de los barras bravas
21 julio 2011
“Desde chiquitos los pibes maman la pasión por el fútbol”, me dice un barra brava del club Colón de Santa Fé que ha venido a ver el partido ente Argentina y Uruguay de la Copa América enfundado en una abultada cazadora celeste de Hinchadas Unidas Argentinas. Frente a él, un grupo de niños toca los bombos y canta. “A veces nos copamos y dejamos que se suban al paravalanchas”, agrega orgulloso.


Niños en la previa del partido Argentina contra Uruguay de la Copa América. Santa Fé, 16 julio de 2011. (Hernán Zin)

La letra de la canción que entonan los niños poco tiene de cándida o infantil. Ni el Sapo Pepe ni Pipo Pescador. Ni autos nuevos ni tartas ni paseos. “Sólo le pido a Dios, que se mueran todos los ingleses. Que se mueran para siempre. Para toda la alegría de la gente”, entonan al unísono con los adultos que los rodean.

Un canto a la amistad y la fraternidad entre equipos rivales que no termino de entender bien ya que el inminente rival es Uruguay. Supongo que si cambias “ingleses” por “uruguayos” se rompe la rima. O que el clásico rioplatense no merece expresiones de deseo tan lóbregas más allá de sus tensiones ancestrales (en 1924, el hincha uruguayo Pedro Demby, de 22 años, murió asesinado por arma de fuego en Montevideo. Acababa de terminar el encuentro entre ambas selecciones que dio a Uruguay su cuarta Copa América. Se cree que el responsable del disparo fue Quique El Carnicero, líder de la barra de Boca Juniors).

Los pequeños imitan a los barras bravas no sólo en la lírica sino también en el lenguaje corporal. Y estoy seguro de que lo hacen, como buenos niños, sin entender plenamente las implicancias más profundas de sus gestos. Agitan los brazos en el aire, saltan en el lugar.

En lo que no imitan a los adultos es en los porros que estos se fuman y que inundan el ambiente de un olor dulzón y embriagador. Ni en las rayas de cocaína que un par de muchachos aspiran con absoluto desparpajo frente al patrullero que circula a paso lento junto a nosotros, frente al cordón policial a que a menos de cincuenta metros se sucede en la entrada del estadio de Colón de Santa Fé desde el que ya llega el rumor de la multitud que canta para animar a la selección Argentina.

Una historia que se repite

Como conté ayer, los barras bravas entrarán al estadio a último momento. Gorras, abultadas cazadoras, banderas, bombos. Se amontonarán y empujarán. La policía pedirá refuerzos, aunque la verdadera gestión de la entrada la harán los líderes de Hinchadas Unidas Argentinas, organización creada por el dirigente kirchnerista Marcelo Mallo de cara al Mundial de Sudáfrica.

Las malas lenguas dicen que detrás de la jugada estaban Néstor Kirchner y el actual jefe de gabinete Aníbal Fernández, que es también dirigente de Quilmes. Una forma de ganar ascendiente sobre los violentos, tan a menudo reclamados, empleados y amparados por la política en Argentina. Las mismas malas lenguas dicen que ahora las Hinchadas Unidas Argentinas responden al candidato opositor Francisco De Narváez.

Ayer leía el libro “La Doce”, del periodista Gustavo Grabia. En sus primeros capítulos señala que la violencia en el fútbol argentino comenzó a crecer exponencialmente a partir de 1931. Tiempo en el que Pepino El Camorrero estaba al frente de la barra brava de Boca Juniors.

Cita uno de los famosos “aguafuertes” escritos por Roberto Alrt para el periódico El Mundo, en el que el autor de “El juguete rabioso” traza una semblanza de los violentos no muy distante a la de nuestros días. Las primeras muertes en los estadios de este país llegarían en 1939, en el predio de Lanús. Serían Luis López, de 41 años, y Oscar Munitoli, un niño de apenas nueve años.

Desde entonces los fallecidos suman más de 200. Y, como de algún modo parecían mostrar esos niños con sus bombos y sus cánticos de afecto a los ingleses, la tradición pasa de generación en generación, y la violencia como instrumento del poder político y económico sigue siendo una lacra de la que Argentina no se ha podido librar.

Tags: argentina, barras bravas, copa america, hinchadas unidas argentinas | Almacenado en: * ARGENTINA
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Las barras bravas en la Copa América
18 julio 2011
“Vaya por la otra puerta por favor, que están ingresando los barras”, le dijo uno de los policías del cordón de seguridad a un padre que llegaba con sus dos hijos, entradas en alto, evidentemente despistado. Querer ingresar al estadio de Colón de Santa Fé con dos criaturas a través de aquella apretada turba de hombres ataviados con grandes cazadoras y pantalones deportivos, que cargaban bombos y enormes banderas, no era la mejor de las ideas.


Barras bravas de Hinchadas Unidas Argentinas entran al encuentro entre Argentina y Uruguay de la Copa América. Santa Fé, 16 julio 2011 (Hernán Zin)

Sobre todo porque en el ambiente, además del olor a marihuana y sudor, se palpaba la creciente tensión. La certidumbre de que en cualquier momento la situación se podía ir al carajo. No en vano, minutos antes, el mismo policía había pedido refuerzos a través del walkie talkie. “Vamos Negro, mandame más efectivos que acá la cosa se está poniendo complicada”.

Hinchadas unidas, jamás vencidas

Eran las 19:00 horas del sábado. El encuentro entre Argentina y Uruguay por la Copa América estaba a punto de comenzar. Como siempre sucede, fue entonces cuando los barras bravas decidieron entrar. Les gusta ser los últimos. Llamar la atención de las hinchadas cuando avanzan por las gradas con sus gorros, bombos y trapos.

La policía ya lo sabía, por lo que el cordón de seguridad se había vuelto aún más estrecho. Sólo los espectadores que llegaban sobre la hora – como el padre con sus dos hijos –, avanzaban con tantas prisas a través de la penumbra que no notaban las características de aquel tumulto.

Bueno, uno de ellos sí las notó con antelación. “Qué caruchas que hay por acá”, exclamó en voz alta y se dio media vuelta en busca de una entrada alternativa al estadio conocido como “El cementerio de elefantes” (después del sábado, la selección Argentina será otra que tendrá allí una lápida; esta con un apunte al “Apache” Tévez y su penalty fallido).

Cambio de camiseta

Caruchas desafiantes, de pocos amigos – una de ellas, la más inquietante, cubierta de tatuajes tribales -, pero sobre todo expectantes por ver si les permitirían entrar. Si algo caracteriza a la relación entre los barras bravas, agrupados por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner bajo el nombre de Hinchadas Unidas Argentinas, con el poder político y deportivo es la inestabilidad.

Según sostuvo el periodista deportivo Gustavo Grabia en Radio Mitre, los muchachos de esta curiosa asociación estarían siendo apoyados ahora por Francisco De Narvaez, candidato opositor a gobernar la provincia de Buenos Aires. Habrían cerrado un acuerdo por 100 mil pesos (17.262 euros). Su presencia en la Copa América ya había levantado ampollas en Córdoba.

Continúa…

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¿Juicio y castigo a los barras bravas de River Plate?
16 julio 2011
Finalmente, el árbitro Sergio Pezzotta pudo declarar ante la justicia. Lo hizo ayer, en la fiscalía del porteño barrio de Saavedra, donde ratificó lo escrito en el informe a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA): que los barras bravas de River Plate lo habían amenazado en el entretiempo del partido contra Belgrano de Córdoba.

“Si no marcas un penal te matamos”, le habían dicho en el ecuador del encuentro que haría perder al club millonario la categoría por primera vez en sus 110 años de historia. Y cuya posterior violencia seguimos desde las inmediaciones del estadio Monumental en este blog.


Guillermo Marconi a la salida de la declaración del árbitro Pezzotta ante el fiscal. Buenos Aires, 13 julio 2011 (Hernán Zin)

¿Qué diferencia hay entre esta causa y otras tantas que se están siguiendo contra los violentos del fútbol argentino? ¿Por qué tiene tanta relevancia? Según me explicó esta tarde Gustavo Grabia, el periodista que más sabe de estas cuestiones en Argentina, porque por primera vez los hechos quedaron registrados en vídeo. Unas imágenes que muestran cómo los barras bravas recorren el anillo del estadio y entran al vestuario del árbitro.

Pero eso no es todo. Además el vídeo enseña cómo los ultras son acompañados por varios directivos del club millonario y cómo los policías encargados de proteger al colegiado brillan por su ausencia. En este sentido, la denuncia de Pezzotta también sirve para exponer claramente la relación entre violentos, directivos y fuerzas de seguridad.

Algo que se comenta mucho en Argentina – así como la relación de las barras con la política -, pero que no resulta sencillo demostrar. En este caso sí, pues ha quedado grabado por la cámaras de seguridad y, milagrosamente, las cintas no desaparecieron como en tantas otras ocasiones.

Gustavo Gravia sostiene que el “apriete” de los hinchas al árbitro no responde simplemente a la pasión por los colores de su equipo, sino también al negocio del que son partícipes. “No van a recibir el mismo dinero si están en segunda que si están en primera”, me comentaba esta tarde.

Voluntad en duda

Con respecto a que la causa prospere y todos los señalados por el fiscal José María Campagnoli – seis barras brava, cuatro responsables del club y tres policías -, que lleva la causa, entren en prisión y sean juzgados, Grabia se muestra escéptico. De hecho, que varios jueces rechazaran el caso habla del desafío que implica meterse en un asunto sumamente espinoso, cuyas ramificaciones en el poder deportivo y político de este país podrían no ser pocas.

Guillermo Marconi, presidente de SADRA, el sindicato de árbitros – que asistió ayer a la fiscalía junto Pezzotta, los jueces de línea, Francisco Noguera y Javier Uziga, y el cuarto colegiado, Mauro Vigliano -, parecía señalar similares dudas cuando dijo a la salida de la fiscalía de Saavedra que el juez Rodolfo Cresseri tiene ya las pruebas y que está en sus manos decidir qué pasos tomar.

Algunos de los periodistas que aguardaban bajo la fría garúa porteña a que terminase la declaración de Pezzotta me dijeron que esperanzas albergan pocas de que el caso prospere. “Nadie se va a animar a hacer semejante quilombo en plena campaña electoral”, sostuvo uno de ellos. Una auténtica pena, pues un caso con pruebas tan contundentes podría ser el punto de partida para empezar a luchar con seriedad contra la violencia en el deporte argentino.

Camino que sólo se puede recorrer con éxito si se apunta a lo más alto y se comienzan a desentrañar los verdaderos intereses que están detrás de este fenómeno que va mucho más allá de la mera pasión, de las meras disputas entre hinchadas, y que se trata de un negocio en toda regla.

Tags: amenazas, argentina, barras bravas, pezzotta, river plate | Almacenado en: * ARGENTINA
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El negocio de la seguridad: los aeropuertos
11 julio 2011
Puse los dos bolsos de mano en la cinta de rayos equis. Me saqué las zapatillas, el cinturón, el reloj y los coloqué en una bandeja que segundos después se perdió también en las fauces de la máquina de escaneado. Con los brazos en alto para facilitar el trabajo del personal privado de seguridad de Barajas, pasé bajo el arco detector de metales.


Foto: Efe

Del otro lado, la mujer que estaba sentada junto a la máquina detuvo la cinta, levantó la vista de la pantalla con gesto de desaprobación y me dijo que tenía que volver, sacar los objetos electrónicos de los bolsos y ponerlos por separado en bandejas. Uno por cada bandeja.

De las propuestas delirantes que me han hecho en mi vida, esta sin dudas está en lo alto del ranking. Quizás por encima de escribir un blog desde zonas en conflicto.

Tengamos en cuenta que por trabajo llevo en el equipaje de mano dos cámaras, tres discos duros, un ordenador, un Ipad, un UPS, dos teléfonos móviles, una bolsa llena de cables USB y Firewire, docenas de tarjetas de memoria, baterías, antorchas, adaptadores, alargadores, cargadores… la sucesión de bandejas iba a llegar a la otra punta de la Terminal Dos, como mínimo.

Respiré hondo y le expliqué que paso a menudo por Barajas y que nunca antes me habían hecho semejante solicitud.

Agregué, siempre de muy buena manera, que ni en lugares en los que la seguridad es extrema como EEUU o Israel me habían requerido algo parecido. Hasta intenté enseñarle el sello del pasaporte que demostraba que una semana antes había estado en Nueva York.

- Son las órdenes que tengo. Cada objeto electrónico tiene que ir en una bandeja-, insistió sin querer ver las páginas que le estaba mostrando. Y eso que tengo visados de lo más exóticos, coloridos y difíciles de conseguir como los de Somalia y la República Democrática del Congo. Creo que le hubiesen gustado.

Flexibilidad inteligente

Lo primero que pensé fue en ponerme filosófico, en apelar a la razón. Estuve a punto de decirle que si algo define a una persona inteligente es la flexibilidad, que a nada conduce en esta vida el dogmatismo excesivo, tomarse las cosas demasiado al pie de la letra. Para qué ponernos tan solemnes si tarde o temprano todo pasa. Si somos tan efímeros. Pero poco tardé en comprender que llamarla “poco inteligente” no iba a ayudar a arreglar la situación.

Lo que hice entonces fue pedirle algún documento que demostrase que efectivamente era ése el procedimiento de seguridad en Barajas. Quería leer la letra cincelada en piedra, moldeada en hierro, que nadie podía soslayar.

En lugar del documento con las normas, lo que apareció fue un policía. No sé quién lo llamó. Y como el avión que me llevaría a Amsterdam y luego a Tanzania estaba listo para embarcar, decidí que lo mejor era hacerle caso, desarmar el bolso de mano y dejarme de cuestionamientos.

No perdí ningún aparato electrónico ni el vuelo de milagro. Eso sí, el espectáculo que di al correr por los pasillos de la Terminal Dos con las cámaras colgando del hombro, las zapatillas desabrochadas y el cinturón entre los dientes fue tan épico como lamentable.

La bolsita

Esto sucedió el pasado mes de mayo. En el vuelo siguiente, en junio, cuando me venía para Argentina, tuve otro encuentro surrealista con un guardia de seguridad privada de Barajas. Me dijo que los líquidos los tenía que meter en una bolsita.

- Ya los metí en una bolsita, con cierre. Como viajo mucho la preparo en mi casa -, le expliqué sonriente, sacando el contenedor plástico del bolso y meciéndolo en el aire.

- No, usted tiene que usar las bolsitas que le damos en el aeropuerto. La de su casa no sirve.

Demás esta decir que la que él me ofrecía y la que yo había preparado con esmero en mi hogar eran idénticas. Ni sus padres biológicos podrían haber sabido decir cuál era cuál.

No son pocas las anécdotas similares que tengo de Barajas y de tantas otras terminales de España y de otros países. Parece como si los aeropuertos tuvieran una doble función: despachar y recibir a la gente que viaja en avión, y fomentar la arbitrariedad y la opacidad. Como si tras superar su entrada, nuestros derechos como ciudadanos disminuyesen automáticamente.

¿Tan difícil es tener a disposición de los viajeros las normas? ¿No haría esto mucho más rápido aún los procedimientos? ¿Tan complicado es establecer mecanismos de queja para paliar así eventuales abusos? ¿Informar con anticipación si se producen cambios en los procedimientos? No, en pos de la bendita seguridad hay que comportarse como un habitante de Zimbabue: callar, sonreír y seguir para adelante.

La paradoja del asunto es que la seguridad es un grandísimo negocio, de cuyas cifras y crecimiento exponencial iba a escribir en este entrada, pero lo dejo para una próxima oportunidad. Una gestión privada de funciones y recursos públicos que debe conllevar siempre la mayor transparencia posible.

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Los “trapos” robados de las barras bravas
07 julio 2011
“Las banderas que llevan a la cancha son sagradas para los barras bravas”, me explica un periodista amigo, conocedor en profundidad de la violencia en el fútbol argentino. “No hay peor humillación que te la robe la hinchada rival”.



Banderas que en la jerga local llaman “trapos” y que el domingo en el que River Plate descendió a segunda división, la policía revisaba en buscar de armas u otros objetos prohibidos.

Pero también para evitar que los ultras millonarios ingresasen con “trapos” robados a otros equipos, pues está prohibido ya que se considera una provocación, una invitación abierta a la gresca.

River, el comienzo

Debo confesar que aquel domingo de piedras, corridas, gases y disparos de balas de goma en el barrio de Núñez, me ha dejado muchos más interrogantes que respuestas.

Tanto es así que he decidido postergar el regreso a Madrid y adentrarme durante una temporada en el fenómeno de las barras bravas. Un fenómeno que, como comentábamos en la anterior entrada, va mucho más allá de lo estrictamente deportivo.

Si bien este blog trata de conflictos armados, no en pocas ocasiones nos hemos sumergido en la violencia urbana. Lo hicimos en las favelas de Brasil, en Sudáfrica, Kenia y en la barriadas del gran Buenos Aires.

Los movimientos masivos de población del campo a la ciudad – parte de la cual se queda en la periferia, en los barrios de chabolas -, la falta de oportunidades y la injusta distribución de la riqueza explican esta clase de violencia. En este sentido debemos recordar que América Latina sigue siendo la región del mundo con mayor distancia entre ricos y pobres, más allá de la bonanza y despegue económico que se vive en muchos de sus países como Chile y Brasil.

La violencia en el fútbol podría responder en cierta medida a esta situación, pero también tiene otro componente: el uso de la fuerza como negocio, como forma de conseguir poder, como herramienta política. Algo que, lamentablemente, no es ajeno a la Argentina.

A por las banderas

Doy los primeros pasos hacia las entrañas de este universo, me muevo aún por la superficie, y arranco justamente por uno de sus distintivos más evidentes: los trapos.

Un par de amigos puestos en estas cuestiones me cuentan las tácticas seguidas por los barras bravas para “afanar” las banderas rivales. Desde disfrazarse de personal del club hasta el empleo de las armas.

“Los trapos se esconden en lugares seguros y se van moviendo de casa en casa para que pocos sepan donde están”, me dice uno de ellos.

Asimismo me recomiendan una página web en la que están los registros fotográficos de las banderas que pasaron de una hinchada a otro. Como esta de Racing que se encuentra en manos de los barras brava de River Plate.

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Las amenazas y negocios de los barras bravas en el descenso de River Plate
30 junio 2011
En estos días los medios argentinos han comenzado brindar luz sobre los aspectos más controvertidos y ocultos de la violencia que vivimos el pasado domingo en el estadio Monumental, cuando River Plate perdió la categoría tras 110 años de permanencia en primera división del fútbol argentino.


Entrada de los barras bravas al estadio de River Plate. Buenos Aires, 26 junio 2011 (Hernán Zin)

Los que estuvimos allí con nuestras cámaras en las horas previas al partido contra Belgrano de Córdoba, fuimos testigos de cómo numerosos hinchas eludían los controles de seguridad y entraban al estadio.

Era fácil reconocerlos de antemano. Grupos de jóvenes que pululaban de un lado a otro y cuando se hacía algún hueco o se generaba alguna distracción, corrían, eludían el control de seguridad y trepaban la alambrada con una agilidad extraordinaria.

Pero lo cierto es que estos acróbatas fueron apenas la punta del iceberg, la cara más visible, de los miles de personas que entraron al Monumental de Núñez sin entrada.

Hacinamiento en las gradas

El fiscal penal Gustavo Galante, que investiga lo sucedido el domingo, sostiene que “está comprobado que hubo por los menos 14 mil espectadores de más”.

De este modo, unas 54 mil personas se habrían congregado donde sólo había espacio habilitado para 40.200. Hecho este que complicó aún más la labor del operativo policial, que contaba con 2.200 agentes de policía. Inaugurado en 1938, el estadio tiene capacidad para 64 mil asistentes.

Según la normativa de la Cuidad Autónoma de Buenos Aires, quien dispone la venta de entradas en exceso o permite el ingreso de una mayor cantidad de asistentes que la autorizada a un espectáculo masivo puede ser sancionado “con multa de 5 mil a 30 mil pesos o de 10 a 30 días de arresto”. Sanción que se endurece aún más en el caso de que el exceso de público produzcan desórdenes, aglomeraciones o avalanchas.

En estos momentos se especula con que River Plate será sancionado a no poder usar su emblemático estadio durante veinte jornadas. En el torneo de Segunda División (Nacional B), apenas tiene 19 partidos de local. El estadio alternativo sería el de Vélez Sarfield.

El kiosco de los borrachos

En el diario Clarín, Adrián Michelena desvela cómo la barra brava de River – conocida como “Los borrachos del tablón” -, organizó el acceso al estadio sin entradas. No para atraer más simpatizantes ante una cita tan determinante, sino para ganar dinero.

Según el testimonio de un hincha, los barras lo convocaron a las 13 horas en el estadio. Le dieron una entrada falsa para que pasara los primeros controles policiales. Y luego, frente a los molinetes, lo hicieron pasar con una entrada magnética original. El problema era que usaban la misma entrada para hacer pasar a grupos de personas.

Una vez en la grada popular Sívori alta, un “barra” pasaba a cobrar por los servicios. Pedía 280 pesos por cabeza. El mismo precio que este humilde reportero pagó por un platea General San Martín.

Adrián Michelena sostiene en Clarín que detrás de este entramado delictivo – si multiplicamos, un gran negocio -, estaría Martín Araujo, jefe de la barra brava de River, y Alex de Budge.

El “apriete” de los borrachos

“Apretar” en Argentina es jerga de extorsión, coerción. Ayer, el diario deportivo Olé hacía público un magnífico trabajo de investigación del periodista Gustavo Grabia basado en las imágenes de las cámaras de seguridad del estadio.

En estas imágenes se ve el momento en que ocho integrantes de “Los borrachos del tablón” caminan en el entretiempo por las entrañas del estadio en dirección a donde se encontraba el árbitro del encuentro, Sergio Pezzotta. El vídeo muestra a los ya mencionados Martín Araujo y Alex de Budge.

Según reflejó el árbitro en el acta del partido, los violentos del club le dijeron que si no cobraba un penalty lo iban a matar. “Si no nos cobrás un penal, no salís vivo”, lo increparon. Reanudado el partido, Pezzotta cedió un penalty a River Plate que Pavone fallaría. Entre los ocho registrados en el vídeo están los ya mencionados

Pero la denuncia de Grabia, basadas en el vídeo, van más allá e involucran a la directiva del club. Esta habría facilitado el tránsito de los “pesados” a través de la seguridad hasta el vestuario. Además, el periodista de Olé señala que se está investigando si un alto funcionario de River pagó a parte de la barra para que amenazasen a los jugadores de Belgrano de Córdoba la noche del sábado previa al partido.

La escuela de los barras bravas

La escuela de los barras bravas
21 julio 2011
“Desde chiquitos los pibes maman la pasión por el fútbol”, me dice un barra brava del club Colón de Santa Fé que ha venido a ver el partido ente Argentina y Uruguay de la Copa América enfundado en una abultada cazadora celeste de Hinchadas Unidas Argentinas. Frente a él, un grupo de niños toca los bombos y canta. “A veces nos copamos y dejamos que se suban al paravalanchas”, agrega orgulloso.


Niños en la previa del partido Argentina contra Uruguay de la Copa América. Santa Fé, 16 julio de 2011. (Hernán Zin)

La letra de la canción que entonan los niños poco tiene de cándida o infantil. Ni el Sapo Pepe ni Pipo Pescador. Ni autos nuevos ni tartas ni paseos. “Sólo le pido a Dios, que se mueran todos los ingleses. Que se mueran para siempre. Para toda la alegría de la gente”, entonan al unísono con los adultos que los rodean.

Un canto a la amistad y la fraternidad entre equipos rivales que no termino de entender bien ya que el inminente rival es Uruguay. Supongo que si cambias “ingleses” por “uruguayos” se rompe la rima. O que el clásico rioplatense no merece expresiones de deseo tan lóbregas más allá de sus tensiones ancestrales (en 1924, el hincha uruguayo Pedro Demby, de 22 años, murió asesinado por arma de fuego en Montevideo. Acababa de terminar el encuentro entre ambas selecciones que dio a Uruguay su cuarta Copa América. Se cree que el responsable del disparo fue Quique El Carnicero, líder de la barra de Boca Juniors).

Los pequeños imitan a los barras bravas no sólo en la lírica sino también en el lenguaje corporal. Y estoy seguro de que lo hacen, como buenos niños, sin entender plenamente las implicancias más profundas de sus gestos. Agitan los brazos en el aire, saltan en el lugar.

En lo que no imitan a los adultos es en los porros que estos se fuman y que inundan el ambiente de un olor dulzón y embriagador. Ni en las rayas de cocaína que un par de muchachos aspiran con absoluto desparpajo frente al patrullero que circula a paso lento junto a nosotros, frente al cordón policial a que a menos de cincuenta metros se sucede en la entrada del estadio de Colón de Santa Fé desde el que ya llega el rumor de la multitud que canta para animar a la selección Argentina.

Una historia que se repite

Como conté ayer, los barras bravas entrarán al estadio a último momento. Gorras, abultadas cazadoras, banderas, bombos. Se amontonarán y empujarán. La policía pedirá refuerzos, aunque la verdadera gestión de la entrada la harán los líderes de Hinchadas Unidas Argentinas, organización creada por el dirigente kirchnerista Marcelo Mallo de cara al Mundial de Sudáfrica.

Las malas lenguas dicen que detrás de la jugada estaban Néstor Kirchner y el actual jefe de gabinete Aníbal Fernández, que es también dirigente de Quilmes. Una forma de ganar ascendiente sobre los violentos, tan a menudo reclamados, empleados y amparados por la política en Argentina. Las mismas malas lenguas dicen que ahora las Hinchadas Unidas Argentinas responden al candidato opositor Francisco De Narváez.

Ayer leía el libro “La Doce”, del periodista Gustavo Grabia. En sus primeros capítulos señala que la violencia en el fútbol argentino comenzó a crecer exponencialmente a partir de 1931. Tiempo en el que Pepino El Camorrero estaba al frente de la barra brava de Boca Juniors.

Cita uno de los famosos “aguafuertes” escritos por Roberto Alrt para el periódico El Mundo, en el que el autor de “El juguete rabioso” traza una semblanza de los violentos no muy distante a la de nuestros días. Las primeras muertes en los estadios de este país llegarían en 1939, en el predio de Lanús. Serían Luis López, de 41 años, y Oscar Munitoli, un niño de apenas nueve años.

Desde entonces los fallecidos suman más de 200. Y, como de algún modo parecían mostrar esos niños con sus bombos y sus cánticos de afecto a los ingleses, la tradición pasa de generación en generación, y la violencia como instrumento del poder político y económico sigue siendo una lacra de la que Argentina no se ha podido librar.

EL DIARIO DE MADRYN S.A.

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sexta-feira, 1 de julho de 2011